Metafísica apologética

Esto es una apología a toda la metafísica que escribí cada vez que nos despedimos, fundada en la creencia de que era posible divisar una realidad más allá de tu presencia. Se oía tu coche doblar la esquina y se me hacía cada vez más difícil pensar en un final de carácter trágico entre los dos. La línea que trazamos convencidos, nunca se rompería. O eso creímos. Ni las discontinuidades del tiempo, a pesar de haberlas advertido en ciertas ocasiones, eran capaces de hacernos entender que nuestra lectura lineal del mundo no es siempre fiable. Sí apelé, y con cierta claridad, como en los días de verano que al final de la carretera se crean ondas de calor que difuminan con suavidad el infinito, la posibilidad de vagar contigo en una habitación blanca y sin límites. Encerrados en un mismo cubículo, nos apartaríamos de las interfaces exteriores (como dos peces dentro de una pecera, rondando, vagando en círculos) y solo tendríamos, derrotadamente, una única opción de amarnos. Quien escribe metafísica suele ser aquél que no entiende el materialismo del mundo o aquél que prefiere formular realidades alternas porque la realidad en cuestión es insuficiente o es cruel o simplemente tiene afán de crear. Hay cosas, como humanos llanos, que no nos corresponden. Nos ha llevado mucho tiempo asentir con cierta dignidad la máxima de que la naturaleza es impasible ante las emociones y nuestras inclinaciones. El tiempo no tiene una constitución arcillosa, es materia indomable y estática. Las promesas son falacias que nos llevamos a la tumba. Sin creencias la vida seria inaguantable y no me corresponde pensar tanto en este presente que a veces tiene un sabor sintético porque, honestamente, eso significa que quiero escribir mi destino. No hay futuro que valga sin ese factor sorpresa. Si quiero sentir, necesito fluir por los caudalosos torrentes de esta vida imprecisa... Desprenderme de mis pensamientos... Sin embargo, una vez te has extraditado del mundo, duele tanto someterse a lo terrenal.

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