Al final de la Calle Coral
Me robas muchos instantes, hasta ausente, lejos de nuestra aura-presencia. Surgimos de éste baile pendular, balanceándonos lentamente de un lado a otro. Borrachos, perdidos, en la sobriedad tuvimos vergüenza.
Ahora reina el silencio en esta aborrecida habitación de la que no consigo acoplarme.
Te he perseguido las miradas incluso cuando cerrabas los ojos:
En el negro de tus cavidades estelares vi el vacío,
pero como la luz atrae los cuerpos,
supuse que en el fondo de ellas encontraría un brío de esperanza, una brecha blanca.
Al cruzarnos como tímidos amantes desconocidos, tanteé tus huellas, preguntándome a qué olerían tus detalles.
Lo siento.
La lujuria me pudo porque pensé que la vida te había traído como un regalo envuelto en sedas orientales.
Pienso que sería maravilloso dormirme en tus rodillas.
Entre ellas encontraría la playa desierta que persigue mis oníricos presagios.
Al fin y al cabo, a todos nos corresponde un paisaje.
Las esperanzas, cielo, han derrumbado las paredes.
Queda tanto para encontrarte dónde acordamos tomarnos esa copa de vino.
El tiempo se interpone a mis pasos pero, te prometo,
que cada día que pasa estoy más convencida de que hay alguna forma de desgarrarlo.
Solo espero que esta física opaca no haga más difícil el proceso.
Estoy llevando a cabo tantos proyectos, trazando planes, rutas para que algún día lleguemos,
si no es en el virgen páramo marítimo, en el barucho que da al final de la Calle Coral,
manchando nuestros labios de amor
y vino.
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