Excursión a la nieve
Hielo y todo estaba nevado. Con cada paso que daba, dejaba marcada una huella en la superfície lunar de mi corazón. Parecía que en su rastro escondía algún misterio, fuesen mentiras, secretos, inseguridades, deudas personales o desengaños. Me era indiferente lo que fuera, porque mi mente estaba en blanco.
Se empeñaba en borrar con la nieve todo lo que dejaba atrás el paisaje. Y yo, que lo obserbava des de lejos (porque mi andar era más pausado y ensimismado en reconocer la natura con paciencia y lentitud), solo podía ver ante mí un hombre capaz de llevarme consigo donde fuera. Si quisiera, con los ojos vendados. Aun que se asomaran tiempos difíciles, aun que las predicciones del tiempo fuesen impredecibles y azarosas. Un hombre que tenía tanto miedo como yo a las tormentas, a encontrarnos desamparados en el medio de esas peligrosas y heladas laderas. Perdidos y vagando a contracorriente de un viento árido que irritaba las pieles para convertirlas en papel de lija. Ni besarnos podíamos, el dolor en los labios era más que salado.
Sin embargo, muriéndose de frio, andaba y andaba hasta encontrar un refugio próximo e iba dejando en cada huella una letra de su nombre y en cada rama que le acariciaba el abrigo, una señal.
De vez en cuando se tornaba para ver si le seguía.
Yo, no solo le tomaba la mano para impulsarme en las escaladas más complicadas, sino que intuitivamente le respondía de forma automática que le seguiría siempre que en sus ojos quemase esa llama viva de amor.
Se empeñaba en borrar con la nieve todo lo que dejaba atrás el paisaje. Y yo, que lo obserbava des de lejos (porque mi andar era más pausado y ensimismado en reconocer la natura con paciencia y lentitud), solo podía ver ante mí un hombre capaz de llevarme consigo donde fuera. Si quisiera, con los ojos vendados. Aun que se asomaran tiempos difíciles, aun que las predicciones del tiempo fuesen impredecibles y azarosas. Un hombre que tenía tanto miedo como yo a las tormentas, a encontrarnos desamparados en el medio de esas peligrosas y heladas laderas. Perdidos y vagando a contracorriente de un viento árido que irritaba las pieles para convertirlas en papel de lija. Ni besarnos podíamos, el dolor en los labios era más que salado.
Sin embargo, muriéndose de frio, andaba y andaba hasta encontrar un refugio próximo e iba dejando en cada huella una letra de su nombre y en cada rama que le acariciaba el abrigo, una señal.
De vez en cuando se tornaba para ver si le seguía.
Yo, no solo le tomaba la mano para impulsarme en las escaladas más complicadas, sino que intuitivamente le respondía de forma automática que le seguiría siempre que en sus ojos quemase esa llama viva de amor.
Comentarios
Publicar un comentario