Cruzando el umbral de la luz
Cruzo el umbral repleto de fotografías antíguas
que en su momento intentaron congelar y envasar
esa felicidad inexacta pero frecuente
(que se repite en forma de patrón al principio de las relaciones).
Con los años, dejamos atrás los rituales de permanencia
que nos hacían sentir partícipes de una historia entrelazada
porque estábamos convencidos de que no era necesario sellar
emociones en un frasco
o limitarlas en un marco.
La tangible línea entre los recuerdos y la realidad fue desvaneciéndose
a medida que los dos fuimos formando parte de un mismo cuerpo
y una sola mente.
Me miras cuestionando lo que estoy pensando.
Y siento que debo confesar lo que aturde mi cerebro en este momento.
Intento explicarte que con el paso del tiempo,
a medida que hemos crecido juntos,
no he planeado ningún plan de almacenaje más que un método
automático de grabación instantánea.
Estoy esperando a que se calibre la saturación de la luz
que deslumbra tu figura al final del pasillo,
captando con minuciosidad el movimiento
y el sonido del aire
que mueve las cortinas.
Estoy intentando mantener la compostura
para que no salga borroso este recuerdo.
Sigo mi instinto para completar esta fotografía mental de nuestro presente,
hoy exento de evidencias materiales que permitan confirmar
que nuestra alma está forjada y que solo el paso del tiempo
y la muerte
podrá fundir
esta aleación
titánica.
El proceso es lento y complejo. Es árdua la espera.
Se necesita tiempo para que se impregnen todos los detalles
que consigo ver mientras poco a poco voy llegando a ti.
Debenen bañarse en este líquido nostálgico que pretende filmar
la película de nuestra vida:
No podemos tener prisa, advierto.
Sin embargo, el camino hacia el final del pasillo
para tí resulta interminable. No lo entiendes,
porque tu impaciencia es tan frágil
que hace que este licor se derrame por toda la casa,
ahogándonos en una amnesia difusa,
mezclada,
de avanzada edad.
Al final de este umbral tormentoso
me espera tu abrazo.
Conocer es recordar, me dices.
Y nos fundimos en esta pérdida de facultades,
de deja vú sin contexto,
siento tú metal y yo hierro,
lapidando nuestra existencia en una histora de la que nadie
tendrá mínima constancia.
que en su momento intentaron congelar y envasar
esa felicidad inexacta pero frecuente
(que se repite en forma de patrón al principio de las relaciones).
Con los años, dejamos atrás los rituales de permanencia
que nos hacían sentir partícipes de una historia entrelazada
porque estábamos convencidos de que no era necesario sellar
emociones en un frasco
o limitarlas en un marco.
La tangible línea entre los recuerdos y la realidad fue desvaneciéndose
a medida que los dos fuimos formando parte de un mismo cuerpo
y una sola mente.
Me miras cuestionando lo que estoy pensando.
Y siento que debo confesar lo que aturde mi cerebro en este momento.
Intento explicarte que con el paso del tiempo,
a medida que hemos crecido juntos,
no he planeado ningún plan de almacenaje más que un método
automático de grabación instantánea.
Estoy esperando a que se calibre la saturación de la luz
que deslumbra tu figura al final del pasillo,
captando con minuciosidad el movimiento
y el sonido del aire
que mueve las cortinas.
Estoy intentando mantener la compostura
para que no salga borroso este recuerdo.
Sigo mi instinto para completar esta fotografía mental de nuestro presente,
hoy exento de evidencias materiales que permitan confirmar
que nuestra alma está forjada y que solo el paso del tiempo
y la muerte
podrá fundir
esta aleación
titánica.
El proceso es lento y complejo. Es árdua la espera.
Se necesita tiempo para que se impregnen todos los detalles
que consigo ver mientras poco a poco voy llegando a ti.
Debenen bañarse en este líquido nostálgico que pretende filmar
la película de nuestra vida:
No podemos tener prisa, advierto.
Sin embargo, el camino hacia el final del pasillo
para tí resulta interminable. No lo entiendes,
porque tu impaciencia es tan frágil
que hace que este licor se derrame por toda la casa,
ahogándonos en una amnesia difusa,
mezclada,
de avanzada edad.
Al final de este umbral tormentoso
me espera tu abrazo.
Conocer es recordar, me dices.
Y nos fundimos en esta pérdida de facultades,
de deja vú sin contexto,
siento tú metal y yo hierro,
lapidando nuestra existencia en una histora de la que nadie
tendrá mínima constancia.
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