No escuches el viento, me oirás gritando en la lejanía.
No quiero que mires el mar desde la bahía rota
ni que hundas los pies en la arena de la playa
que aguarda tu balconcito marinero
porque vas a verme atascada en las rocas.

Mi cuerpo cubierto de algas
los ojos nunca vistos, de color marrón
como la lluvia que me cubre
y los labios rotos de palabras.

La sal en mis mejillas, recién brotada de las olas,
regusto de mis recuerdos que se embisten con los tuyos
aquellos que mostraste con las persianas cerradas, 
oscuras fotografías con pequeños destellos
que no explicaban mucho, pero sí callaban, 
como ahora callas.

Quiero vivirte en el presente, te niegas a este amor;
te asusta lo cerca que puedes alcanzarme
y sin embargo, has convencido tan aprisado
a esos perros que protegen la cueva de mi alma:
la puerta permanece abierta y me dices que no cierre,
no eres animal de cerrojos, 
pero sí que me retienes en la nada.

Botón a botón, vestido de flores, agua fresca,
el café derramado en las páginas,
la toalla de tus caderas, humedeciendo mi cama;
por la rejilla de la ventana:
una naturaleza urbana caduca, 
que cambia con el sonido del mar a lo lejos,
la ciudad de almas que mienten y nosotros
dos cuerpos que no saben como decirse la verdad.

Te miro en los ojos cuando sufro en tus manos
y predigo que nunca alcanzaré tus velocidades.
Al decírtelo te sientes comprendido,
he capturado la esencia de tu cuerpo,
me arropas en el miedo insonoro de tu abrazo,
y ahora me envenenas con inseguridades:
no actúo, solo pienso, soy un ente mental,
sensible solo en consonancia de tu cuerpo.

Nunca he sabido cuando debía besarte
dejaba que tú fueras quien acelerase 
quien acortase las distancias, 
quien respirase a ritmo correspondido. 

Somos el tipo de seres que anclamos nuestras garras
pero volamos hiriéndonos las manos
porque decidimos huir, sabiendo que no sabemos
pertenecer.

Debo soltarte, que vueles lejos,
no eres la familiar golondrina que siempre vuelve:
eres pájaro inhóspito, ser migratorio, rareza natural
de singular expectación, que arrogantemente decide
cuando venir, dónde irte y porqué no volver.

A esta hora hay una luz pálida en el horizonte,
el ruido de los coches atormenta mi libre albedrío:
mi mundo interior me protege,
impulso mi cuerpo a mis pensamientos
mientras tú decides someterte a una cruel tabula rasa;
no sabes que tu rastro, a pesar de tu indeterminación,
es más débil que tus propósitos mentales.

Sigo preguntándome con qué facilidad te desnudaste
y por qué ahora te cubres, esquivando mi tacto.
Me dices que te vas porque el viento sopla fuerte
moviendo las hojas en diferentes direcciones,
eso es señal de que el tiempo no ha apostado por nosotros.

Sufro. Quiero alienar mis astros con los tuyos,
las comunidades humanas están repletas de rito
quiero de hacer de nuestro sexo una ceremonia
en la que mi cuerpo prenda y tú estés mirando. 



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