Sin poder volar
Eres aire, me dice mientras ríe y de su música se alzan chimeneas de humo envolviendo las blancas nubes que pastan el cielo.
En su ser todo es volátil, como las pocas horas que dedicó al descubrimiento de mis misterios mentales. Quiere elevarme pero ve que hace tiempo que enganché mi corazón a los recuerdos.
Eres aire, golondrinita, dice... Pero imprime sus huellas en mis pecas. Me marca y me confía su protección en una naturaleza que no conoce el suelo. Me entrego a un Dios engañoso porque tiene una capacidad de convicción casi inhumana, transforma las emociones en pensamientos racionales que poco a poco se vuelven nada. Todo es aire pero no puedo respirar si estoy con él porque la línea definitoria de mi cuerpo se asemeja cada vez más al vacío. Nada. Él nada en mi mente que ahora es un lago de agua muerta y salada que poco a poco va matando a los pececillos inocentes.
Eres aire, me dice mientras abre la ventana de mis secretos y me hace creer que todo lo que me asusta es etéreo. El miedo y el amor son tan absurdos como la mera reverencia que dedicamos a la vida. A pesar de todo decidimos vivir, sentir, tener conciencia y ver la muerte con nuestros propios ojos.
Quisiera mostrarle los candentes fuegos y los fríos que aguardo en mi casa. Quisiera mojarle con el agua turbia que corre por mis venas. Enseñarle los arañazos de la mesa del comedor. Caminar por el parque descalzos, alzar los brazos al cielo creyéndonos aves sin serlo, vivir juntos en la tierra y contar las estrellas mientras los años pasan y la gravedad nos envejece.
Quisiera llenarle los pulmones de palabras, sobretodo de las mías porque pesan toneladas y si las suelto a lo mejor consigo levitar. Me ahogo en el silencio que me impone. Me calla mientras me toca, con los ojos y con la boca, no hay palabras que broten. Las primaveras de mi juventud adelantan el otoño y en medio de mi pecho arde un rayo que perfora el diafragma. Sin bolsa de aire no hay instrumento que cante como un pájaro sin alas. Reflorezco rápido pero son reiteradas las ocasiones en las que mis pestañas se marchitan, caen en un suelo infértil, sobre su camisa y con los pies flotando en el aire ya no hay lugar dónde enraizarme.
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