Culminatio

Me bailas la piel
Arañandola fuerte, las uñas ensangrentadas,
Y cuanto más hondo llegas
Más lejos te encuentras del insípido tacto

Siento que tu lengua cruza fronteras
que había impuesto  en forma de caparazón.
Y sin sello ni visado,
atraviesas el fuego que protege mi alma.

Aprovechas los lugares desprotegidos
los paisajes virginales,
los acantilados bajos
y las calles cerradas,
por las que te cuelas desde la ventana
enlazando las cortinas con mi pelo,
y, tomando la luna y mis ojos de referencia,
subes y bajas por la escalera roja de incendios.

No te espero; es más, nunca lo hice.
No quiero que entres en la cámara blindada.

Fue el descuido del duelo o
el típico deshábito de las soledades,
el pelo sucio, la casa que pesa,
la ropa que quitaste con los dientes...

Mi débil postura ante un caballero
armado de frío,
dispuesto de sacarme de la misma cárcel
que estas manos pequeñas construyeron.

Me envuelven los cerrojos,
me abrazo en los libros,
me quedo en este hermético lugar
dónde no hay ruido.
No te espero.
Pero me atormentas.

No te dignaste a descalzarte
y con las suelas llenas de barro
profantaste el desconocido páramo
que separa estas caderas de mi corazón.

Nunca preguntaste de qué estaba hecho
ni quisiste saber si era suficientemente sano
para sustentar el calibre de tus carícias.
Viste mi cuerpo y ya te encontrabas gruñendo en la espalda.

Y yo, que nunca había volado entre garras de dragón,
crucé por primera vez las lejanas montañas,
dejaste mi cuerpo descansando en la orilla
de la playa que me prometiste
y al verte alzar el vuelo entre las nubes...
No pude sentirme más libre.

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