Poema post-idealismo
Media noche y un caballo relincha desbocado cabalgando ciego, sin meta.
En el cristal de mis ojos se refleja un hombre distinto al que
merodeaba los más oníricos y oscuros desvaríos.
Suena a poesía temprana, pomelo amargo y sabe a la pólvora que mancha
estos dedos a punto de tirar del gatillo,
Con la rabia y el amor impresos en las yemas de los dedos, dúo tan
dicotómico como autodestructivo.
Lo admiro des de una altura considerable.
Sin embargo, su proeza es ahora un mero entretenimiento a cuenta gotas.
Ha perdido su eternidad pero su fuego sigue siendo atemporal.
Me doy cuenta de la desgraciada noticia. Ya no era el hombre
santificado en mis entrañas, ni quien hacía de mis estremecimientos milagros.
Beso a mi amado con nostalgia cargada en las grietas de los labios.
Él yace reclinado sin pedestal, en una cama de olas blancas que existen
sin ser metáforas.
Me siente distraída y me gruñe en la esquina derecha de mi mandíbula.
Me transmite el miedo, la inseguridad, la furia y el desconcierto de no
saber dónde nos llevará este navío sin rumbo.
Pero sus manos. Sus manos bailan discretas y cautelosas, siguiendo mi
figura como si fuera demiurgo moldeador. Me siento una pieza de cerámica. Soy
mármol helenístico a cura de un artista precoz.
Sabe como tratar las grietas y los poros abiertos. Aún así, su andar es
como el de un viajero en una ciudad desconocida. (…)
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