Beso mojado y otoñal. Furia de invierno.
Durante el viaje de vuelta no hice nada más que pensar cuándo repetiríamos.
Cuándo paseariamos de nuevo en esa ciudad vestida de llovizna y de charcos, enlazados entre besos, bajo esos portales que hacían de refugio... mientras entre nuestros dos ansiosos cuerpos surgía un cálido sentimiento de ilusión y tonta felicidad.
La lluvia purificante provocaba malvada que las emociones estuvieran más alerta que nunca. Qué revuelo más absurdo provoca un beso. Y que mareo en la piel han dejado tus manos. A penas la puedo sentir, aún estoy flotando.
Recorrimos el grotesco barrio gótico en busca de intimidad, pero a esas alturas ni los ruidos de la estridente ciudad ni las calles abarrotadas de gentes esquivando la naturaleza... eran molestía. Avanzábamos a un ritmo lento, viendo la lluvia caer y la noche correr como una gacela.
Entre nosotros se había creado un hueco en tiempo y en el espacio... y ahí, en ese universo paralelo, nos quedamos empapados, besándonos lentamente... Creando momentos, huyendo de todo.
En un beso me di cuenta que ya era otoño.
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